Hoy fue difícil caminar
por el plantel, mi casa, de donde he dicho “si me gusta vivir”,
casa libertad. El “conflicto”, como muchos le llaman, ha llegado
a un punto límite; ese borde, ese abismo al que una comunidad es de
pronto arrojada para saltar a la nada, y en ese salto pulverizarse o
volver sobre su parte más frágil e intangible para rehacerse. El
cuerpo sabe, y el mío hoy caminó temeroso por los pasillos y las
escaleras del espacio al que mi esperanza se ha pegado los últimos
años de mi vida para compartir sueños. Ahí la herida parece
momentáneamente tocar justo lo más vulnerable. Tal vez por ello me
reconocí rebelde, insatisfecho, molesto.
Ya antes me han estado
preguntando de qué lado estoy, a qué anti o a qué contra
me adhiero, pero hoy no había nadie en particular, era el edificio
todo el que me cuestionaba con sus paredes llenas de signos, sus
carteles acusantes, sus muros mudos testigos me señalaban. Poco a
poco fui encontrando a los otros, hablando, dejándome sentir mis
sentimientos, expresando, externando.
No se puede vivir así.
“Ya vio profe lo que dicen de…”, “Esos hijos de la tal por
cual…”, “Con todo su cinismo…” “Debemos luchar por…”
Mientras una marea de fuego se vuelve mi dentro. Y me fugué, volé
fuera antes de que, demasiado tarde para reaccionar, el engrane de
los acontecimientos me arrastrará hacia el odio y lo que le sigue.
Hablo a los y las
estudiantes, a los que conozco, conocí y conoceré, a los que han
dado el paso mortal a otro futuro, dar su mejor y más peligrosa
apuesta, quienes han decidido esa candente fuerza que a falta de
palabras más precisas llamamos superación personal, educación.
Hablo a los profesores y profesoras que han mudado su casa de
estudios a la UACM no para enseñar, sino para aprender y ayudar un
poco a imaginar otra educación, una que aún no existe, aquella que
vislumbran los útopicos, los necios soñadores, los freires
cotidianos de toda Latinoamérica. Hablo también a los colegas
trabajadores de todas las oficinas desde la biblioteca hasta la no menos
digna labor de intendencia.
Las palabras están ahora
cargadas, violentadas, pero como son mudas ellas no se quejan. Todos
los que hablan quieren decir qué es la verdad a los demás (qué es
lo correcto, lo bueno y lo justo), pero nadie quiere escuchar, nadie
se detiene a reconocerse. El lenguaje está reducido a ciertas
acciones del habla que paradójicamente lo amordazan: acusar e
insultar. Y de a poco el lenguaje modifica la inteligencia colectiva. En lugar de enriquecernos, en lugar de mostrarnos las
posibilidades que no vemos a simple vista, de explorar otras salidas,
nos encierra en callejones, o peor en trincheras de guerra. Una
guerra que nadie ha pedido, que a nadie le sirve.
Emiliano, me dicen, no
puedes ser tan ingenuo y obviar que aquí “hay intereses externos”,
“manipulaciones partidistas”, “grupos que por detrás buscan el
poder”. (Ja, cómo al quitar a quién van dirigidas esas
acusaciones resultan iguales las antis y los pros) Pues nunca me
gustó Maquiavelo, tal vez porque es la única teoría que escucho
–desde hace tanto. Me interesa el aquí y ahora, la política
cotidiana que pregunta en los actos ¿De qué manera establecemos la
confianza entre nosotros?
Un problema de esos momentos y esas situaciones son las emociones, se juega con eso y como no? Es imposible pensar con claridad cuando las emociones invaden el alma.
ResponderEliminarde tiempo atrás, las definiciones parecen emergencias de la vida, posturas de silencios de otros espacios, miradas que ya no miran. De este o aquel lado, en cualquier extremo donde la razón a perdido voz, donde lo que quedan son sombras de lo que fue y ya no es.
ResponderEliminarAyer había que poner etiquetas, o eras indigente o eras otro, un aquel con el que nunca nos identificamos, una esperanza de mirar el mundo como el "cibernetico" dios (en minúsculas) y comandante supremo de una realidad, tal vez la más sencilla, sincera y honesta.
Ayer fue la huelga de la UNAM, los espacios de psicología retumbaban voces alertando la confusión, pues los de izquierda eran de derecha y los de derecha, eran de derecha.
Brindemos por la hibricidad de la razón y el amor, brindemos por caminar al lado no de los indignados sino de los indigentes, población vulnerada, de tiempo que nos trastoca las mirads de la realidad.
Mi Chor, gracias por la palabra y el amor :*
ResponderEliminarSi Manuel, quedé tras-tocado y sin retorno, brindemos!
Gracias ambos por el acompañamiento, abrazos